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Pérdida de Autoridad

Por: Aurelio Fernández


El vertiginoso 'avance' tecnológico, los sistemas económicos, los continuos cambios de la moda, del arte, etc., acentúan la brecha generacional. Miramos más hacia adelante que hacia atrás, como menospreciando a nuestros ancestros, como si nada del pasado tuviese importancia y todo se debiera reinventar. Esto sería muy bueno si viésemos que progresamos hacia algo superior, pero es muy claro que no es así. En Feducación planteamos más bien retornar lo más posible a ese pasado en que el hombre era más correcto y respetuoso, en que la palabra tenía más valor y las familias permanecían unidas. El padre y la madre eran respetados, como así los maestros o profesores y las personas mayores en general; había un sentido de honor en los dirigentes del gobierno y una preocupación por no defraudar. Pero al rechazar la autoridad de Dios y de las escrituras, o de un orden y ley universal, se pone fin al principio básico de autoridad, y el hombre, tomando falsamente una posición antropocéntrica, comienza a dictar desafiantes edictos que atentan contra el orden natural, trayendo graves consecuencias para él mismo y para el mundo en general.


Si no respetamos a los antiguos, no esperemos ser respetados nosotros. Los antiguos respetaron la naturaleza y amaron a sus ancestros y todo lo creado. Sus sociedades fueron mucho más cultas, elevadas y sanas. Pero arrastrados por un intenso deseo de independencia y disfrute inmediato, el hombre se ha apartado de esos valores que garantizaban una vida armoniosa y pacífica, y ha establecido este concepto antropocéntrico, resultado del enfermizo orgullo que cubre hasta tal punto el sentido común, que nos lleva a proclamarnos el centro del universo, aunque es evidente que éste no depara en lo más mínimo en lo que en nuestro desvarío le pretenda uno imponer.


La habilidad tecnológica en nada demuestra que el hombre de ahora sea superior, más bien vemos un decaimiento tal en su ética que a propósito fabrican mal sus productos para incrementar el consumo de estos. Por supuesto la lista de quejas sería interminable y por ello el desengaño del hombre de hoy va en continuo aumento. Nunca debimos separarnos de la gratitud, ni de reconocer que todo nos viene de una inspiración superior. El hecho actual es que por rechazar la autoridad de verdades milenarias que condujeron al hombre por senderos de un verdadero bien social, nos vemos ahora obligados a aceptar autoridades con teorías que improvisan acerca de nuestro propio bien, y así vamos, de un error a otro, con tal decepción, que negamos la posibilidad de una verdad absoluta que pueda conducirnos a un supremo bien. Pero, quienes tienen buena fe,  una fe sana por analizar con mente objetiva la sabiduría de nuestros ancestros milenarios, ellos sí confían en ese positivo destino que es el pedido natural


Para cualquier cosa importante en nuestra vida necesitamos recurrir a una autoridad, si vas a comprar un auto o una casa, si vas a revisar tu salud, si vas a hacer un viaje, si quieres construir, a veces, incluso, para saber qué ropa te vas a poner. ¿Cuánto más entonces necesitaremos de una para conducir nuestras vidas y obtener de ellas el mayor bien?


La autoridad nos ayuda y nos ilumina, no podemos independizarnos de ella, tal como el ojo no puede tener visión sin la ayuda del padre sol. Vemos que todas las culturas antiguas aceptaron la autoridad de algún Dios o de algún poder superior, vemos también que contaban con gran educación y profunda sabiduría. Por otro lado, podemos notar que la mentalidad laica o secular nos vuelve amantes de los placeres de la mente y de los sentidos, nos vuelve siervos de los objetos o 'bienes' materiales y nos fuerza a denominarnos pertenecientes a una sociedad no de sabios ni de gente encumbrada, sino de vulgares individuos de consumo. Un bebé o un pequeño niño ya son tenidos por grandes consumidores y pronto pasan a ser blancos del mercado.


El desarrollo económico se transforma en el centro de nuestras vidas después de asustarnos y hacernos pensar que el planeta tierra es un lugar carente de recursos. Nada más falso y tergiversado. Es bien sabido que la escasez es generada para producir más lucros económicos y que la tecnología industrial y agrícola sólo ha servido para desplazar al hombre a las ciudades donde los confinan a barrios de miseria, donde quedan sin trabajo, separados de sus familias, con mala educación y donde son mirados con recelo y tenidos por delincuentes, siendo que todos ellos podrían vivir pacíficamente en el campo, cultivando de un modo saludable y amoroso la tierra, o podrían desempeñarse en obras artísticas, de construcción y artesanales, desarrollando así sus talentos para el bien de su propia formación y para beneficio de la sociedad.


Cada ser humano es necesario, ninguno está de más, no tiene porqué ser reemplazado por una máquina, cada uno es un hermano o hermana que nace para compartirnos su simpatía y amor. En una sociedad bien educada bajo los principios de la autoridad universal, cada ser pasa a ser una joya de la creación, un maestro que algo nos viene a enseñar; el hombre sabio y superior siempre estará alerta para aprender de cada uno, pero el hombre de hoy, formado bajo una educación donde él es el centro de todo y donde puede disponer de lo creado a su gusto y gana, no centra su aprendizaje en incluir y traer armonía, sino en excluir y sembrar competencia y discordia.


Vemos con vergüenza que la educación actual se ha vuelto más un negocio, una grotesca adquisición de lucro, se volvió en sí misma una explotación de los padres y de esos alumnos que más que el deseo de servir, vienen con la esperanza de enriquecerse y explotar. El triunfo de la educación actual es formar un profesional que contará con suficientes recursos para disfrutar sin medir las consecuencias que a sí mismo y al mundo pueda ocasionar. Esta es la razón por la que contamos con un hombre enfermo que se ha especializado en enfermar al mundo en su totalidad.


La educación antigua se basaba en principios de afecto y de autoridad. Los alumnos pasaban a formar parte de la familia del maestro, al que respetaban como un segundo padre, con su esposa, que era una segunda madre y otra maestra más. En varias culturas de los pueblos originarios la responsabilidad de educar reposaba en los abuelos, algo tan valioso a apreciar, de esta manera los ancianos podían entregar el fruto de su experiencia a sus queridos congéneres, y desde el principio de sus vidas tenían esta positiva proyección de que no terminarían sus días siendo una carga, sino más bien, como amados maestros, como una fuente de luz, de apoyo, de buen consejo y orientación.


Siendo la vida una escuela en sí, queda claro lo estéril de ella en estos días si llegados a nuestra senectud no tendremos nada que impartir. Si desde ahora sabes que nunca vas a ser escuchado, poco interés tendrás en escuchar y en aprender de una más experimentada autoridad. Esto conlleva a su vez a una pérdida de aprecio por nuestros abuelos, por nuestros ancestros y sus valiosos conocimientos y experiencias,  y nos lanza a una vida de inmaduras improvisaciones pensando que lo anterior debe ser desechado porque no nos dejó nada sustancial, pero, al negar la verdadera e iluminada autoridad de los sabios de antaño, estás justamente dejando esa esencia que tenían para entregarnos, y pasas a seguir una liviana elucubración mental.


Debemos tener muy en cuenta que el conocimiento se deposita en el corazón. La expresión francesa para aprender, par coeur, o by heart, en inglés, es muy apropiada, porque lo que recibimos en el corazón es lo que nunca vamos a olvidar. Por esta razón, la enseñanza debe ser impartida de corazón a corazón, en un ambiente grato y feliz, y no en uno estresante, amenazante, angustiante y tan impositivo, que muchos alumnos terminan sintiéndose denigrados, apabullados, inservibles, arrastrando a muchos de ellos incluso al suicidio.


La enseñanza, por ello, debe ser alegre y amada, tanto por el maestro como por el alumno, pero por lo general los mismos profesores se sienten muy frustrados, tanto por la falta de respeto de los alumnos como de sus mismos apoderados. Otra consecuencia más de la falta de autoridad que la educación secular promueve.


Decimos entonces que la educación debe recibirse con amor y respeto, porque ésta es algo superior a nosotros, por lo que debe ser venerada. El que la imparte debe ser a su vez venerable y venerado. Este aprendizaje que se recibe con amor, de una persona conocida y sabia, es el que perdura por siempre. Damos por hecho que el conocimiento es algo superior y que debe ser de beneficio tanto para el que lo recibe como para el que lo imparte. Este conocimiento, más que limitarse a informar, debe abrir nuestra mente e iluminar nuestra inteligencia. Debe formar personas armoniosas y sabias, apreciativas de los demás y del medio ambiente, siempre agradecidas y con las mayores proyecciones para una vida saludable y de crecimiento espiritual.


No olvidemos que educar significa 'extraer lo mejor de uno mismo', por lo que la educación debe apuntar más hacia nuestro interior que hacia el mundo externo. Se deben descubrir en profundidad los talentos del alumno y en base a ello, formarlo. Cada ser humano es una joya de por sí y como tal debe ser tratado, como un ser individual, por lo que la educación tan masiva de estos días poco ayuda, más bien crea al 'hombre masa', matando su creatividad, el espíritu emprendedor, o esa personalidad exclusiva que caracteriza a toda conciencia. Cada uno tiene un rostro diferente, voz diferente, etc., porque somos individuos distintos y separados, por lo que el gran maestro, con su gran sabiduría y amor, sabrá inspirar y animar a cada uno de sus pupilos de un modo más personalizado e individual. Por supuesto hay cosas comunes a todos y que todos debemos aprender o ejercitar por igual.